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8:08

Por: Paulina Ortíz

El frío que sentía en las piernas era algo intenso, como si la fina capa de vello no pudiera cubrir su piel, manchada y rasguñada, y sus músculos, tensos y listos para correr. La sala del hospital se encontraba llena, con mujeres con la vista en la pared y hombres con la vista en el suelo; enfermeras decididas a colocar sondas y médicos decididos a anestesiarte. Ella estaba ahí, en una silla del hospital, con la mirada perdida y la mente ajena a lo que pasaba a su alrededor. Su madre, mujer sensible, lloraba en el hombro de una mujer ante la tentativa que había cometido su primogénita.

 

Su salud mental había sido un gran salto dentro de su núcleo familiar: era un tabú, algo prohibido, algo innecesario para ser exitoso.

“¿Por qué estar triste cuando la vida es hermosa?” Porque mi cerebro no lo ve, mamá.

“¿Por qué hacer chistes sobre desaparecer cuando lo tienes todo?” Porque todo no es suficiente, mamá.

“¿Por qué pedir ayuda?”

Porque estoy a un paso de caer, mamá. 

 

Una camilla, un suspiro, una advertencia y una duda a mejorar. Ella deseaba estar en la tranquilidad de su habitación, con lo que era un amor tóxico con su pareja, con lo que era el estar en cama mirando a la pared en un intento de encontrar razones. Deseaba algo más que la compañía de personas delirantes, cubiertas con una bata del hospital y respiradores. Deseaba volver al momento en el que dañó al ser humano más importante en su vida, negar aquellos sentimientos que la llevaron a llorar en una cama de hospital con una tentativa, un intento. Deseaba ayudar a todos aquellos que sintieran razones suficientes, para simplemente decir que no valía la pena.

No valía la pena, meses después, perderse el cantar de los pájaros en su camino a la facultad.
No valía la pena, meses después, perderse la risa de sus amigos y los abrazos sinceros.
No valía la pena, días después, pelear por un amor al que duele aferrarse.
Simplemente, no valía la pena tratar de desaparecer en un mundo listo para verla brillar.

Aquella camilla tenía un compañero a su izquierda, un hombre. Leía cartas para aliviar la
tensión cuando le preguntó su historia. Negó con la cabeza con ternura, y murmuró que la
vida es el calor del sol en la piel, el olor de las flores en primavera y el amor de amigos y
parejas. Sonrió y pidió una promesa a una completa extraña, buscando apaciguar algo que le
cambiaría la vida para siempre. Era de madrugada, pero a ella le parecía que el tiempo se
había detenido en aquel momento que su familia tuvo que dejarla con un hombre solitario,
una mujer conectada a un aparato y enfermeras que la consolaban con su incesante llanto.

Tiempo después, pudo dormir un poco. Soñó con su abuela, una conversación íntima y una
promesa de que todavía no era tiempo. Y no lo era, estaba segura de ello. Soñó con sus
amigos, sus sonrisas sinceras y un mensaje de que la esperaban. Que la tomarían de la mano
al mismo tiempo que caminaba y la ayudarían cuando el camino fuera difícil. Y lo sería, sin
duda alguna.

A las 8:08 de la mañana, se despertó con el llanto de una mujer. La camilla acompañante a la
suya estaba llena de enfermeros quitando sondas, médicos dando malas noticias y mujeres
aferrándose a una sábana blanca. Su amigo, hombre de cartas, habría sufrido un ataque al
corazón horas después de dar el consejo que cambiaría la vida de una joven. El hombre con
gestos tiernos yacía ahí, mientras las lágrimas se juntaban en los ojos de la mujer.

Y fue ahí, cuando se imaginó en la tranquilidad de su habitación, con el cuerpo dando
alientos cortos. Se imaginó con su madre llorando a los pies de su cama. Se imaginó con su
padre llamando a la ambulancia en un intento desesperado. Se imaginó a su hermano, viendo
un instrumento vacío, careciente de alma. Se imaginó a sus amigos, llorándole a alguien que
no conocían del todo bien, pero que sentían un cariño desmesurado por ella.

 

Fue ahí, cuando tuvo un miedo a morir tan intenso que dudó de todo lo que había hecho días
antes. Tuvo un miedo tan paralizante que las enfermeras tuvieron que consolarla con las
palabras de aliento más hermosas que jamás había escuchado en la vida. Tuvo miedo de no
existir en un mundo que apenas se abría para ella.

 

Tuvo miedo de no poder contar esta historia, al hombre de las cartas y que la vida siempre
valdrá la pena. Tuvo miedo de no poder ser un apoyo para alguien. No vale la pena, y el
sufrimiento vivido menos.

 

Le hizo una promesa al hombre de las cartas, y desde ese momento, sonríe cada que el reloj
marca las 8:08.

Publicación: 27 de Mayo 2020 | 9:20 p.m. | México

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